Bloodsuckers (2021)

Hasta la última gota.

Agosto de 1928, en alguna provincia alemana sobre el mar Báltico. Mientras un grupo de obreros se reúnen para leer y discutir “El Capital”, Lyovoshka, un actor vuelto jornalero, arriba a la playa vestido con un frac tan elegante como impropio. Su presencia extraña levanta la mirada de la imponente Octavia Flambow-Jansen, dueña de la fábrica local de ungüentos contra picaduras de pulgas. La apariencia del hombre le desconcierta, y en su confusión él aprovecha la situación para presentarse bajo el título de Barón Koberski, ante el recelo dudoso de Jakob, el asistente personal de la mujer burguesa. La confluencia de estos tres personajes enredados en una suerte de triángulo amoroso frustrado, dicta la estructura en tres capítulos de Bloodsuckers, mientras que, en un segundo plano, los locales confabulan la hipótesis de la existencia de vampiros que cada tanto drenan a los pueblerinos hasta el borde de la muerte. 

La política es un elemento de comedia, y el marxismo, objeto de revisión fantástica. Las palabras de Marx y su analogía entre el capitalismo y el vampirismo adquiere una interpretación literal. Cuando Marx afirma que el capital es un vampiro que “vive solo de chupar trabajo vivo”, no se trata de una metáfora, como lo sugieren los ingenuos miembros del club de lectura, porque el horror es tan real como burlesco. De este modo, el director Julian Radlmaier se permite ciertas dislocaciones mitológicas en pos de lo jocoso, ya que en vez de seres inmortales que vuelan de noche e infunden pánico en sus jornadas de cacería, estos vampiros burgueses se pasean bajo el sol sin miedo alguno, y no contemplan siquiera la posibilidad de convertir a sus víctimas, nada más les mantienen con vida en un continuo proceso de explotación laboral y corporal. En este pueblo, los ricos beben cantidades industriales de champagne y de sangre. La oscuridad y los sobresaltos se reemplazan por planos largos y estáticos que describen el desplazamiento de los personajes que aparecen y desaparecen sin prisa, aunque estuviesen corriendo de los vampiros o cumpliendo una orden con urgencia. 

Si bien la película anuncia estar ambientada en la década del ‘30, esta afirmación se refuta una y otra vez con elementos foráneos a dicho tiempo como una lata de Coca-Cola, edificios modernos o una motocicleta deportiva que quiebra las nociones históricas preconcebidas. Así, es posible distinguir con frecuencia un objeto anacrónico que con ingenio y descaro invade el plano, una compra que se concreta en euros. En este sentido, el relato, así como no se enmarca en las convenciones del género de terror, tampoco pertenece a ninguna época, sino más bien configura un espacio atemporal donde ciertas preocupaciones son las mismas, como la crítica al sistema imperante y la posición del proletariado como un engranaje desechable. A la par, ciertos temores resurgen con el más mínimo detonante, tal es el caso de una xenofobia incipiente que se alimenta de la desinformación y de rumores manipulados, un poco como hasta hoy en día esta misma hostilidad sigue desembocando en conflictos violentos. La revisión histórica de un tiempo encuentra más similitudes que diferencias, solo han cambiado las palabras para designar un mismo significado (“asistente personal” por “esclavo”) pero la fachada sigue siendo la misma.  

Los personajes de Bloodsuckers son impávidos frente los sucesos circundantes que aterrorizan la localidad. El descontento y el miedo, o, en contrapartida, el deseo y el anhelo, son emociones que se manifiestan en palabras mientras sus rostros permanecen inalterables. Lyovoshka narra sus desventuras como actor de cine con el mismo desgano indiferente con el que describe los tipos de papas y las características de la piel del tubérculo. De la misma manera, Octavia expresa sus deseos de invertir en la película de Lyovoshka con el mismo tono de voz con el que regaña a su cacatúa doméstica que no para de insultar a Jakob. En esta disociación entre lo que dicen y cómo lo expresan, yace un humor seco y cortante, donde las expresiones pasan por las sonrisas que el espectador completa entre un remate y el otro. 

La película incorpora referencias al cine ruso y elementos metalingüísticos que de un modo burlón reflexionan sobre el poder de las imágenes. El cine soviético, como medio de adoctrinamiento de los ideales promulgados por la Revolución de Octubre y la posterior consolidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, admite ser maleable a los intereses políticos. En un flashback, Lyovoshka, quien debía interpretar a Trotski en un nuevo film de Eisenstein, narra como el propio Stalin con un gesto de tijera ordena cortar afuera a su personaje ficticio solo por estar en desacuerdo con el verdadero Trotski. Por otro lado, mientras los locales han caído en la cuenta de que Octavia es la vampira, Lyovoshka utiliza las imágenes de la película que dirigió para demostrar que el verdadero chupasangres es el inmigrante chino, a pesar de que en la toma que proyecta se logra ver a él mismo indicando el corte de la escena, entre otros desperfectos técnicos. 

Bloodsuckers es una crítica irónica a la ideología y a la cinefilia. Si bien al principio, el mal se materializa en la forma de una clase pudiente que habita al margen de los dilemas del pueblo, a medida que las picaduras proliferan al punto de levantar sospechas de una posible peste, son aquellos que leen Marx los que se organizan para linchar a cualquier sospechoso sin argumento alguno. Pareciera entonces que el verdadero mal es el cine, como medio de registro y de condena absoluta, un documento de verdad irrefutable. Con una sola proyección, el vampiro de película se convierte en un vampiro real y los marxistas se vuelven fascistas. A pesar de dejar sin resolución pacífica la dualidad capitalismo/vampiro versus proletariado/víctima, el final trágico toma distancia de cualquier broma para ilustrar las agitaciones de una época sin tiempo determinante más que la era de la imagen, donde son las imágenes las que conforman un discurso avasallador por encima de la palabra escrita que sólo evoca fábulas y sueños frustrados. 

*Esta crítica fue publicada en El Espectador Imaginario / N° 124 – Julio 2021 http://www.elespectadorimaginario.com/bloodsuckers/

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