Hijo de monarcas (2020)

Mudar de piel.

Cada otoño, con la caída de las primeras hojas naranjas, augurio de días más cortos y fríos, las mariposas monarca emprenden una travesía extraordinaria: viajan casi 5.000 kilómetros desde Canadá hasta los bosques de oyamel de Michoacán en busca de mejores condiciones climáticas durante el invierno. Las tierras mexicanas se convierten así en el albergue temporal de las mariposas que pasarán los meses venideros descansando en los árboles. Pero no todas las migraciones buscan el calor. Hijo de monarcas, de Alexis Gambis, narra la historia de Mendel, un biólogo especializado en mariposas, quien abandona su ciudad natal en Tierra Caliente para vivir en Nueva York.

Con los primeros planos detalle de placas de vidrio y tijeras quirúrgicas, resulta evidente que el refugio de Mendel se ha convertido en una crisálida aséptica. Encerrado en su laboratorio, aislado tanto de su pasado como de su familia, el científico pasa las horas mapeando la secuencia genética de las monarcas buscando el gen que regula los patrones de coloración de sus alas. Cuando no tiene los ojos absorbidos por el ocular del microscopio, ignora las llamadas de sus cercanos. Pareciera que es incapaz de establecer vínculos emocionales, pero cuando fallece su abuela, los escenarios de su vida distante y austera pronto se reemplazan por los recuerdos de su infancia.

El regreso de Mendel al pueblo de Angangueo luego de varios años de ausencia lo confrontan con aquello que dejó atrás: una relación problemática con su hermano mayor, un evento traumático y las enseñanzas de la anciana que se entretejen en un presente conflictuado donde él busca con desespero la secuencia a cambiar de su propio ADN, aquel genoma que encapsula esas pesadillas insufribles y que le impide ser feliz a pesar de tener una vida neoyorquina casi perfecta.

Hijo de monarcas viaja entre presente y pasado con elipsis temporales que omiten largos periodos de tiempo. A veces, son días de silencio que su novia reclama, y un tatuaje que de un boceto ya cubre la manga entera. En otras ocasiones, los saltos de tiempo duran más, quizás semanas, que se evidencian en el traslado de su compañero y amigo de laboratorio, y consecuente distanciamiento. Las voces de Mendel de niño recuerdan su fascinación por las mariposas monarca, pero su rostro abatido de adulto solo evidencia un desgaste emocional que ha borroneado por completo sus deseos y aspiraciones. El misterio en torno al accidente se deja traslucir en las secuencias oníricas donde su cuerpo sumergido bajo agua erige una sensación de ahogo un tanto literal.

La película desdibuja un entramado temático que va pintando un patrón diverso. Por un lado, la modificación genética y la intervención humana en la fauna y flora supone dilucidar ciertos misterios de la naturaleza, como comprender por qué las moscas de la fruta no duermen, o cómo las mariposas nacidas en México conocen el camino de regreso a Canadá, pero cualquier avance o descubrimiento es incapaz de frenar la destrucción del medio ambiente fruto del capitalismo global, o siquiera prever las consecuencias perjudiciales de una evolución manipulada. Cuando los animales se vuelven sujetos a prácticas humanas como los muros artificiales erigidos por gobiernos totalitarios, naturaleza y migración se enfrentan con resultados un tanto determinantes. Las personas migran hasta donde sus pies lo permiten, y las mariposas migran por encima de las fronteras pero sin saber si habrá bosque del otro lado. Por otro lado, la turbulenta relación fraternal y la imposibilidad de resolver discrepancias sugiere posiciones irreconciliables a pesar de compartir una tragedia.

En Hijo de monarcas la migración es determinante en la conformación identitaria, así como también lo son los recuerdos. Sin embargo, la memoria es tan frágil como las alas de una monarca, y tan susceptible a ser modificada por injerencia externa que a veces lo que recordamos no son las reminiscencias de una experiencia vivida sino lo que otro nos cuenta sobre tal. De manera similar, y en sintonía con su carácter fluctuante, los personajes circundantes a Mendel ingresan y salen de la historia por eventos casuales sin interés aparente en resolver desacuerdos. El encuentro entre el científico y su hermano tiene lugar en el pasillo del hotel, y se interrumpe tan abruptamente como había empezado cuando ingresa -por azar- un tercer personaje en escena. Pareciera que estos eventos menores que se resuelven a medias son los entretelones de una metamorfosis mayor, que solo indica su inicio en la película.

A una macrofotografía que describe la morfología de los insectos, se le contraponen los paisajes verdes y anaranjados del santuario de las monarcas. El contraste entre las texturas de las alas y las mariposas colgando de las ramas de los árboles recuerda al trabajo exhaustivo de Mendel, pero a la par ilustra la belleza en los detalles ínfimos que a su vez conforman un todo inabarcable, como el primero de los treinta mil genes que logra identificar en su investigación. En este sentido, cuando la ciencia le resulta ineficiente o quizás hasta insuficiente, Mendel recurre a ese misticismo que también lo había cautivado de chico en un ritual último que congenia la espiritualidad con la ciencia. Dicen que las mariposas monarca son las almas de los difuntos que visitan a sus familiares durante la celebración del Día de los Muertos, que su estadía en la zona es un tiempo que se les permite compartir de nuevo con sus familias. Para Hijo de monarcas las mariposas pueden ser muchas cosas, desde la ganas de volar al afán por mutar de piel, solo depende de donde se posan sus patas ligeras.

*Esta crítica fue publicada en El Espectador Imaginario / N° 127 – Noviembre 2021 / http://www.elespectadorimaginario.com/hijo-de-monarcas/

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