Fat City (1972)

Carencias y fracasos.

Los paisajes de Stockton, California desfilan uno tras otro. Un cartel que anuncia una renovación inmobiliaria se funde con imágenes de casas demolidas, construcciones a medio terminar, y anuncios parroquiales de comedores populares. La melodía melancólica acompaña las imágenes de hombres desempleados que ocupan las veredas de la ciudad en la espera de un mañana un tanto mejor. Pero este futuro nunca llega. Mientras tanto, en el gimnasio local, Tully conoce a Ernie, un chico agraciado por la juventud y su contextura física. Pareciera ser la siguiente gran promesa del boxeo local pero lo que él no sabe es que vivir en “fat city” es tan improbable como ganar la lotería.

La expresión “fat city” o “vivir en fat city” se refiere a una situación de abundancia y comodidad donde quienes alcanzan este idilio poseen un trabajo bien pagado, un auto y una casa propia. Para Tully, un peón de campo y ex boxeador, este deseo es posible a veces, o al menos hasta que una contracción muscular se interponga en su entrenamiento y lo regrese al bar, su segundo hogar. En Fat City, el boxeo sucede en un segundo plano: sus personajes deben comer primero antes de contemplar la posibilidad de enfrentarse a un contrincante. El interés de la película recae sobre la lucha de sus personajes confinados a su situación de clase donde al contrario de lo que el boxeador de 15 años lo afirma, querer ganar no es todo lo que vale. Las escenas de las peleas son asaltos efímeros donde el montaje reduce aún más el tiempo en el ring. En contraposición, por si no fuera suficiente la derrota sin gloria de los boxeadores, las escenas más largas son aquellas en las que Tully y Ernie discuten con sus respectivas parejas amorosas en un intercambio donde los ganchos son amenazas y los jabs intimidaciones que reciben resignados sin posibilidad alguna de despegarse de las cuerdas.

Fat City repite la historia de Tully con Ernie, y a la vez, utiliza a Ernie para recalcar los machaques de Tully y en cierta manera predisponerlo al mismo futuro. Los personajes son versiones deformadas del otro, con mínimas variaciones, pero que se articulan en contraste. Tully alguna vez fue joven y ágil, y alguna vez también estuvo casado. No en vano el entrenador se lamenta cuando Ernie contrae matrimonio y anticipa que sucederá lo mismo que ocurre con los demás jóvenes que abandonan el boxeo para vivir con sus parejas. Pero el recorrido que trazan no es lo único que se repite. Los personajes de Fat City reiteran frases y preguntas como si no supieran hacer nada más que caer en los mismos vicios, o, visto desde afuera, como si no supieran que las oportunidades escasean en los pueblitos acechados por la miseria. Ya me pondré en forma, dice Tully una y otra vez, pero el deseo no es suficiente, la intención no compra un bife.

Como buen pesimista, Fat City busca en los arrebatos violentos de Tully a un culpable directo de los dolores que padece, cuando en realidad atribuirle la culpa a la esposa, al entrenador o a los jueces de la pelea, es tan inconsecuente como la anécdota de vinos y rosas que relata un peón de campo. A Tully se lo ve sudado, borracho y abatido aún sin haber peleado y, por si fuera poco, las elipsis dejan fuera grandes lapsos de tiempo donde absolutamente nada cambia. La trama paralela de los dilemas de Ernie y su novia son el único indicio de la noción temporal del relato donde ciertos eventos dan una pista sobre los meses transcurridos entre un encuentro y el otro. En estas coincidencias la derrota permea sus deseos; el boxeador sigue creyendo que juntar nueces es la mejor manera de entrenar, cuando el tiempo recuerda que el apogeo de su carrera nunca existió. En este sentido, los saltos temporales remarcan con insistencia la imposibilidad de Tully por desprenderse del suelo. Hace ya varios años que sus diez segundos se esfumaron.

La única victoria de Tully es una gran derrota. A lo largo de la película, existían dos puntos de vista preponderantes, el de Tully y el de Ernie, y uno secundario, el del entrenador que cada tanto proporcionaba información sobre su nuevo discípulo. En la pelea final, existe un cambio de vista radical que adopta por un breve instante el punto de vista del contrincante de Tully. El boxeador rival pelea en clara desventaja; tan sólo unos instantes antes del encuentro se lo ve orinando sangre y sufriendo dolores terribles en la zona abdominal. Este detalle solo lo vemos nosotros, porque no verlo sería caer en la misma ignorancia de creer que el triunfo es posible cuando la película no hace más que recalcar el fracaso. A Tully se le perdona esta información, y se lo deja disfrutar por un segundo el sabor de la victoria que tan solo es una pequeña pausa antes del siguiente asalto que lo dejaría en el suelo: la paga no es lo que esperaba. Su sudor vale apenas un par de dólares, quizás lo justo para aguantar su recuperación.

El uso esporádico de travellings hacia adelante van cerrando el plano sobre el rostro avejentado de Tully, hasta que llegado el final lo cerca sin posibilidad de escape alguna. Una vez más, una elipsis omite el periodo en que tal vez el protagonista haya tenido dinero para comer y vivir e ilustra su peor momento, sucio, borracho y mendigando en la calle.

Fat City es una película de fracasos y desilusiones, y como tal toca fondo con su protagonista cuando este se da cuenta que su situación no es mejor que la del anciano que le sirve café en un bar de marginados. Quizás él sea feliz, suspira Ernie, en un lamento que admite todavía creer que el boxeo lo llevará a otro destino. Mientras Tully observa a su alrededor, por primera vez se observa a sí mismo. A medida que la cámara cierra su mirada, la imagen se congela en viñetas que describen el momento de ocio de una población en desventaja; para él, con suerte, esta es y será su vida.

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