the parallax view

The Parallax View (1974)

Engaños ópticos

Del griego parallaxis, que significa diferencia o cambio, el paralaje es la desviación aparente de la posición de un objeto que ocurre cuando se lo observa desde distintos puntos de vista. El paralaje puede ser un error de medición, por ejemplo si miramos el indicador de un recipiente desde un ángulo oblicuo, o un efecto predeterminado en wix que agrega una sensación de tridimensionalidad a imágenes despegadas de su fondo, donde los elementos más lejanos se desplazan a una velocidad menor que los objetos más cercanos. En la fotografía, el paralaje ocurre cuando la imagen observada a través del visor no coincide con lo capturado por el objetivo de la cámara, lo cual implica que el visor ha sido montado en un eje diferente que la lente. Y en el cine, el paralaje es una película, The Parallax View (1974), deficientemente traducida como El último testigo o Asesinos S.A. según el país donde nos encontremos (¿paralaje lingüístico?).

Una suerte de prólogo abre el relato. Durante los festejos del Día de la Independencia, el senador Carroll es asesinado en la Aguja Espacial de Seattle delante de los ojos de varios testigos, incluyendo el reportero Joe Frady y nosotros mismos. Entre un cúmulo de rostros aún no identificados y el tumulto del evento mediático, el primer plano de un camarero anónimo es indicio suficiente para intuir su presencia hostil. El desenlace atroz se resuelve en contados segundos antes siquiera que podemos comprender dónde reposar la atención: el camarero anónimo intercambia lugares con otro camarero, Carroll anuncia su partida y mientras agradece a los presentes es acribillado en pleno discurso de despedida. La violencia, rápida y desmedida, es una sacudida repentina. Desde afuera, la reportera y el asesor del político observan descolocados el inesperado y brutal asesinato. La escena corta al interior de la torre, donde en medio del frenesí, un camarero armado es detenido por la multitud casi al mismo tiempo en el que el camarero anónimo de mirada inmutable guarda su arma; él es el verdadero asesino. Mientras los agentes de seguridad persiguen al camarero incorrecto, producto una especie de efecto de paralaje que les impidió ver de dónde provino el tiro, el autor real de los hechos se escapa. Camarero anónimo acaba libre en las calles, camarero cómplice cae de la torre y muere sin poder decir nada. La impotencia que suscita este momento abarca la magnitud del cuadro y se desvanece con el grito del inocente. 

Algunos meses después, durante una audiencia judicial, un comité especial anuncia su veredicto final sobre el caso: el senador Carroll fue asesinado por un patriota fanático motivado por sus ansias de reconocimiento público. Los rostros ocultos de los siete integrantes del comité, enmarcados en un cuadro rectangular de madera y cuero oscuro es una imagen tétrica, siete justicieros del apocalipsis guiados por el águila calva, emblema de una nación carroñera. Mientras la cámara se acerca a ellos en un movimiento de desplazamiento frontal, una voz reitera con énfasis que no existe ninguna conspiración tras los hechos, y que el asesino actuó solo. El tono turbio, vidrioso, es solo un anticipo de lo que nos espera, un relato que nos irá adentrando lentamente en una atmósfera apesadumbrada donde los héroes no existen y son insignificantes frente a un poder infame. 

Lo que va sucediendo después enmarca la historia entre la búsqueda de Frady por desenmascarar la verdad antes que ocurra otro homicidio y el actuar de una empresa que recluta potenciales criminales para misiones de alto riesgo. Esta corporación amorfa, impersonal, casi intangible salvo un cartel en la fachada de un edificio de curvas sinuosas, dotan al enemigo de un carácter irreconocible, un manto brumoso que todo lo ve y manipula a su antojo. ¿Quiénes son los dueños de Parallax S.A.? ¿Cómo eligen sus objetivos? ¿Cómo se comunican con sus empleados?

The Parallax View juega con la alternancia de puntos de vista de la cámara que adopta distancias diferentes e implica un desajuste en la mirada. Por un lado está la visión de Frady, el protagonista-partícipe quien sube al carrito de tren y confirma a través de su fuente que es posible maquillar un asesinato para que parezca un paro cardiaco. Pero él es incapaz de presentir una mirada externa y lejana, esa sensación de estar siendo observado que genera un plano tan abierto. Y por el otro, nuestra posición de testigo-observador que reposa sobre los rostros de los fallecidos. Un primer plano de la reportera o del jefe de Frady son planos que no se corresponden al punto de vista del protagonista ya que su reacción nos es vedada o ignorada por más que cohabite el plano con la víctima. El modo de narrar está impregnado además por la existencia de un poder lejano e inalcanzable donde los atentados hacia la vida de Frady se suceden en planos tan abiertos que implican dos verdades contradictorias: al observar de lejos la explosión en el barco, o el forcejeo en el arroyo caudaloso se percibe un panorama general de los hechos, un mastershot perfecto donde se ve todo, pero esta amplitud a su vez imposibilita cualquier aproximación que arroje nuevos datos sobre la intriga. Él está solo, siempre lo estuvo y siempre lo estará,una persona desdeñable frente a esta maquinaria ubicua y mercenaria, pero sobre todo invisible. 

Aún así, Frady consigue sobrevivir hasta la última secuencia, el ensayo preliminar de un mitin político donde hablará el senador Hammond. Llegado a este punto, el reportero ha conseguido desplazarse al otro punto de vista, el del asesino. Y del otro lado de la pantalla, es imposible no albergar un ápice de esperanza porque salvar al senador, un personaje intrascendente para la historia, es restaurar la fe en la justicia y desenmascarar al fin la conspiración con un hecho concreto. Mientras que en el suelo Hammond se pasea entre las mesas del auditorio y repasa los detalles del evento con sus asesores, Frady espía los andares de un hombre desconocido que se prepara para llevar a cabo su cometido. Está tan cerca de lograrlo que el fracaso golpea como una bala. Una muerte súbita. De un plano suyo donde se lo ve corriendo entre las sombras, confundido y desorientado, al mosaico de presidentes norteamericanos, la escena corta luego a un plano tan abierto del auditorio que el carrito de golf de Hammond es apenas un punto gris imperceptible que se acerca en la imagen. La distancia que adopta la cámara es un presagio de lo inevitable. Con el final de la música, se escuchan los tiros y desde aquel plano tan bierto, un corte brusco a un plano medio de Hammond recibiendo los disparos. El regreso al plano general desde arriba, donde los manteles decorativos conforman una suerte de patrón patriótico, resalta la frialdad del asesino, situado a una distancia abismal de su sujeto que impide cualquier tipo de empatía. El cuerpo moribundo del senador conduce por inercia el carrito y atropella las mesas una por una en una quietud agonizante donde ya no queda nada más por hacer. El falso optimismo se derrumba y el desamparo se repercute en cada centímetro del gran salón. 

Al prólogo le corresponde un epílogo. Un comité especial anuncia los resultados de la investigación llevada a cabo tras la muerte del senador Hammond donde se le atribuye a Frady como único autor de los hechos. La cámara aquí inicia su desplazamiento partiendo del mismo encuadre que había terminado en la audiencia de Carroll, sin previo aviso y con los rostros maquiavélicos fijando la mirada hacia nosotros, su audiencia. A medida que las palabras hacen eco de sus mentiras, el plano se va alejando hasta que los siete miembros quedan reducidos a puntos ínfimos que desaparecen a plena vista. El efecto paralaje, naturalizado en nuestro modo de mirar y percibir las cosas, donde absolutamente todo adquiere movimiento y tridimensionalidad, se dilucide en The Parallax View con un trazado circular que retorna a su inicio, un asesinato político y un falso culpable. Exasperación y pesimismo, las dos caras de un mundo confuso que prescinde de nuestra existencia, porque el paralaje aquí es una mera ilusión que obra sobre el delirio de justicia. De nada ha servido la lejanía o la cercanía, el final ha sido el mismo porque como bien explica la óptica, y lo constata Alan Pakula, los objetos no cambian, son los mismos. Mejor asumir que nuestra vida es trivial frente a intrigas políticas de semejante magnitud.

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