Prisioneros de una noche

Prisioneros de una noche (1962) / Ufa con el sexo (1968)

Prisioneras del heroísmo

A primera vista, podría resultar descabellado trazar puntos en común entre Prisioneros de una noche (1962) de David José Kohon y Ufa con el sexo (1968) de Rodolfo Kuhn, pero más allá del contexto temporal y espacial, o del final agridulce presente en ambos relatos, cada uno con su tono pertinente, encuentro un grito de liberación femenina consciente de la clase social de sus protagonistas mujeres. En una Buenos Aires sesentosa, marcada por el auge de la cultura juvenil y de movimientos artísticos de vanguardia en plena contienda con los espacios de poder empedernidos en frenar cualquier impulso de transformación, el cine de Kohon y Kuhn son lamentos derrotados que claman libertad a sus desarraigadas, el primero con un castigo y el segundo con ironía, para que el público quede contento con el extraviado (y para siempre) final feliz. 

En Ufa con el sexo, la historia es bien sencilla: Juan, un joven de familia “bien”, es decir con educación, dinero y poder adquisitivo por encima de la media, conoce a Evangelina y queda fascinado por ella, quizás porque ella no le presta mucha atención, y él la ve como un mero desafío, la chica que lee Simone de Beauvoir. Sucede algo similar en Prisioneros de la noche. Martín conoce a Elsa en una subasta pueblerina y también queda deslumbrado por ella, quizás porque ella le recrimina la naturaleza de su trabajo sin timidez alguna o tal vez por su apariencia física remarcada por un paneo de arriba abajo. A raíz de dichos encuentros, ambos hombres harán lo imposible por pasar tiempo con estas mujeres, sea durante una noche o para siempre. 

Para sorpresa de Juan, Evangelina es una prostituta. Su tiempo tiene una tarifa y su día una agenda, manejada con rigurosidad por su madre. Por suerte, Juan, siendo un hombre pudiente, puede reservar los turnos que quiera. Por su parte, Elsa es una bailarina de la academia. Su tiempo también tiene una tarifa y su día a día una agenda igual de apretada. Martín, un peón del mercado, se escapa de su trabajo a sabiendas de las consecuencias de sus acciones. Primera disparidad: para Martín, una jornada de trabajo equivale a no tener qué comer ni con qué pagar su alquiler mientras que para Juan, todo se soluciona con una llamada a sus padres. Y es aquí es donde la trama adquiere complejidad y se diversifica un poco, pero sin perder de vista aquella idea inicial ya mencionada. 

Ufa con el sexo exclama a viva voz que la mujer es un objeto, una pieza fundamental para la vida de todos los hombres que a la vez es hermosa, lo mejor que existe. Con un lenguaje propio de documentales, como el registro del movimiento de personas en la ciudad, el uso y abuso de zoom ins, o una amena voz en off que postula cada idea con veracidad científica, una supuesta reportera irrumpe a una pareja desnuda en la cama. El hombre, Juan, confiesa que le encantan las mujeres y la mujer, sonriente, afirma que le encanta ser un objeto. La sátira es evidente, pero supone constatar problemas sociales de gran magnitud. Si la mujer es un bien material, noción consensuada y perpetuada por la sociedad machista, no es sorpresa entonces que su condición de tal desemboque en comportamientos posesivos, y éstos a su vez, en celos. Juan se inquieta cuando un cliente reserva doble turno con Evangelina, de la misma manera en que Martín insiste en saber la naturaleza de los amigos que frecuentan la academia y los temas de conversación que estos desconocidos entablan con Elsa, como si la prostitución o mera compañía de danza fuera una amenaza para ellos.

En Prisioneros de la noche el humor mordaz da lugar a un drama, donde el acoso de un tercero enigmático se entromete en la relación de los amantes y es un impedimento más en la búsqueda infinita de un espacio íntimo. Martín y Elsa, errantes de la noche, recorren los linderos de la oscuridad bajo el titileo de las luces de neón que revelan espacios deslucidos abarrotados de belleza. Ambas historias describen un viaje, con la promesa última de una conquista y la subsecuente salvación de las mujeres. Juan y Martín son héroes de capa y espada, una mezcla de príncipe medieval cristiano con la rudeza de los detectives del cine negro. Para ellos, las mujeres pertenecen al hogar y si no lo están, es responsabilidad suya que dejen de vender sus cuerpos sin importar si en verdad ellas clamaban socorro. Evangelina duda si comprometerse con Juan por temor a caer en el aburrimiento y Elsa procura sin éxito evitar el encuentro de Martín con el hombre que la persigue. 

En contrapartida a este heroísmo masculino gratuito, Ufa con el sexo se burla de la hipotética hombría que tanto se jacta su galán, o más bien de lo que él cree que significa dicha virilidad. Cuando Juan sube a la pieza de Evangelina, una serie de planos cerrados describe las preliminares al acto sexual, como el cierre del vestido de ella, o alguna prenda que se desprende. Sin previo aviso, hay un corte al auto de Juan, el detalle del tablero donde la flecha de revoluciones sale disparada, la palanca de cambios del vehículo en un encuadre bien fálico y la flecha que indica la presión del aceite que también dispara hacia arriba. En tres planos, y en no más de cinco segundos, la excitación efímera del hombre culmina con una actitud de conquista suya y de puro aburrimiento de ella. 

En ambas películas, el comportamiento controlador se soluciona de una manera muy sencilla, el matrimonio o la idea de un compromiso. Tras un arduo proceso de tasación y negociaciones entre las partes interesadas, Juan compra a Evangelina, y, por su parte, luego de golpes y amenazas verbales, Martín promete buscar una pieza para vivir con Elsa, ambos hombres con la cabeza puesta en rescatar a las mujeres que son a sus ojos, sus mujeres. Pero aquí la verdadera amenaza no es el trabajo que ellas hacen, ni el cansancio que esto conlleva, ni la supuesta dignidad perdida, sino la autonomía corporal y económica que podría desestabilizar el núcleo de nuestra sociedad: el matrimonio. 

Lastimosamente, aquello no ocurre, pero el final sigue siendo una desdicha. Evangelina adolece la monotonía cotidiana de un matrimonio arreglado, sumado a la normativa de comportamientos y actitudes esperados de una buena esposa. Por su parte, buscando defenderse, Elsa mata al vecino hostigador y acaba yendo a la cárcel. Ambas mujeres acaban ahogadas por la figura de su autodenominado salvador con la pequeña y gran diferencia que para las mujeres burguesas el rescate es una mera transacción con fiesta y torta, y para las mujeres jornaleras idear un futuro que no implique sumisión es impensable. Mejor confesar el crimen, ser mujer, y el doble crimen de Elsa, ser mujer y ser pobre.

Enlaces para ver ambas películas:

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