El matrimonio de maria braun

El matrimonio de María Braun (1979)

Tacones negros sobre las ruinas de Alemania.

Tras un matrimonio de día y medio, el marido de María Braun es enviado al frente ruso. Cuando la guerra termina, y él no regresa, María encuentra la manera de proveer sustento a su familia, en medio de los escombros de una Alemania destruida y hambrienta, y en pleno asedio de las tropas aliadas.

Rainer Werner Fassbinder hace añicos, literalmente, la imagen de Hitler para revelar la otra cara del milagro económico alemán, en un relato cínico incapaz de olvidar las contradicciones de un colectivo enfocado en ocultar su pasado. Entre soldados americanos y empresarios adinerados, María se adapta y sobrevive, miente y mata, porque, como bien lo dice, prefiere crear milagros que esperar por ellos. A través de ella, el director realiza una crítica puntual a la sociedad alemana de la posguerra, que, para recuperar el prestigio económico que tenía, sellaba el pasado con ladrillos y perseguía el dinero y el ego como vías de recuperación, pero a costa de su propia destrucción y degradación interna.

Las emisiones radiales compiten con el relato para evidenciar el contexto histórico. La banda sonora supera por instantes a los diálogos de los personajes en momentos clave, sin preocuparse por la predominancia de uno u otro, con la intención de otorgar la misma importancia a ambas caras de la realidad. Por ejemplo, cuando María se deshace del cartel con la fotografía de su marido, se escucha en la radio el listado de personas desaparecidas, o cuando ella cena en un lujoso restaurante, se escucha el discurso de Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal de Alemania, que insta el rearme, siendo que cuando María inicia su trabajo como asistente tan solo escenas antes, el canciller se pronuncia en contra del rearme de Alemania.

Siguiendo aquella idea paradójica y discordante, martillazos y carcajadas acompañan los movimientos de cámara fluidos que van con libertad de planos abiertos a primeros planos, o que espían a personajes tras una ventana o detrás de un muro. Algunos, quizás, sienten la opresión del espacio, como la secretaria del empresario que observa a María a través de las plantas de su escritorio; otros ignoran lo que sucede, como esa pareja en el restaurante, tan ensimismada que no se voltea a mirar lo que sucede cuando se cae una copa. Lo que es cierto es que el pueblo padecía hambre, y la moral estaba devastada. Mientras la burguesía recuperaba su acomodo, los cigarrillos se convertían en un lujo, y los libros, en leña. Pero la heroína utiliza su actitud y belleza para conseguir todo lo quiere, con la mira siempre hacia el futuro e ignorando las preocupaciones de hoy. Sus tacones negros sobre los escombros de lo que alguna vez fue su colegio es un recuerdo de cómo ella logró reconstruirse, pasando por alto aquello que la destruyó. La ocupación aliada recuerda con insistencia la culpa de los alemanes en la destrucción de su propio país, pero gracias a dos cajas de cigarrillos que recibe María como disculpas de un soldado, ella consigue un broche, que a su vez le permite conseguir un vestido, gracias al cual consigue trabajo en un bar donde conoce a su amante.

Parte de la trilogía conocida como BRD (Bundesrepublik Deutschland, el nombre no oficial utilizado por el régimen comunista de Alemania del Este para referirse a Alemania del Oeste durante la década del ’70 al ’90), cuando la ocupación pretendía la neutralización completa, la protagonista busca su posición socioeconómica dentro del mundo patriarcal, y, siempre fiel a su amor idílico, su marido, utiliza a hombres en pos de la promesa del futuro reencuentro. Pero este futuro nunca llega, y cuando lo hace, ella ya no es la misma, ni él tampoco. Lo queda es ese falso nacionalismo festejado a través de la final de fútbol emitido por la radio, y, por si fuera poco, una explosión la destruye con sus sueños, como si estuvo siempre ciega creyendo en un ideal feliz.

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