FICVALDIVIA: Qué será del verano (2021)

La historia comienza cuando la novia del director decide ir a Francia a estudiar y él viaja a visitarla por tres meses, el tiempo justo que diferencia a los turistas de los ilegales. Con el afán de grabarlo todo, tal vez en resistencia a una decisión dispuesta, se compra una cámara filmadora de segunda mano solo para descubrir allí dentro los videos pertenecientes al dueño anterior. La fascinación por estas grabaciones lleva a Ignacio Ceroi a contactar con Charles Louvet, un hombre jubilado, e inicia así una suerte de intercambio epistolar que traza un recorrido entre Montpellier, Toulouse, Yaundé y Buenos Aires. 

Qué será del verano declara en su título la incertidumbre del futuro, un acontecer probable pero también impredecible. La coincidencia y la casualidad recubren un ensayo que se prolonga por encima una mera reflexión de su propio registro e insinúa a que seamos partícipes de su universo mágico y fluido. Sobre los fragmentos encontrados en la cámara, fruto de algún descuido y que incluso no debían haber sido encontrados, Ceroi manifiesta sus deseos de hacer algo relacionado al cine, intención tan vaga que el dueño de estas imágenes responde desconcertado. Los viajes en autobús del director y sus pruebas técnicas de la handycam se reemplazan por los eventos intrascendentes de la intimidad de Charles, como un almuerzo familiar, las conversaciones en la mesa y las largas caminatas en compañía de sus tres perros, a quienes llegaremos a conocer con nombre y con pasado. Lo cotidiano se vuelve extraordinario en esas risas y en esos ladridos, fulgores capturados por una cámara interesada en nada más que un registro personal. Compartirlo es tan íntimo que se asemeja a un sueño, el sueño de otro que se desdobla en el plano.

La tensión que supone dudar de la veracidad de las palabras pronto queda en el olvido y es reemplazada por el embeleso de la historia, que pronto abandona el ámbito familiar y se traslada a Camerún en pleno conflicto político, tal como el personaje de una película de ficción que abandona la casa y se embarca en una aventura. Pero aquí los protagonistas son otros, personas ordinarias que se miran al espejo o juegan con su sombra para constatar su existencia real en esas imágenes impregnadas con la textura familiar de los videos caseros. De las imágenes registradas, irradia una realidad palpable al que uno se sumerge, quizás porque elegimos creer en su fidelidad, sugestionados por la experiencia del cine como un ritual de fe. Por otra parte, la correspondencia entre Charles y Ceroi añade una voz a las viñetas de la vida de Charles donde los consecuentes correos electrónicos unen cada trozo como si de un epígrafe de foto se tratase. Entre la milicia armada, los separatistas, y la noche ajetreada de la capital africana, el relato se sumerge en las confesiones del hombre solitario ahora vuelto forastero. 

En Qué será del verano, la intervención de Ceroi mueve la historia. El carácter autobiográfico se traduce en respuestas suyas que se aprehenden de ciertas ramificaciones y las enlaza con vivencias personales. Así, a una manifestación por la paz en alguna ciudad de Camerún le responden las protestas antigubernamentales de los chalecos amarillos, del mismo modo que un año nuevo que ya sucedió dialoga con una celebración estrenduosa en las calles de Portugal. Las distancias son ínfimas, y el tiempo de uno se convierte en el tiempo del otro, como si los siete meses de Charles se condensaran en los tres meses de Ceroi, y ambos, a su vez, confluyen en una película con un tiempo propio, con su quiebres y sus lamentos. 

El torbellino de palabras e imágenes esbozan una retórica lúdica. Más allá de la manipulación evidente de las formas, las emociones trascienden los elementos narrativos. Una familia de gorilas en medio de la selva o el aterrizaje de un vuelo de repatriación son destellos de ensueños tan reales donde se proyecta el miedo, la soledad y la ansiedad. Cuando el silencio de uno sugiere su ausencia, una vez más, el azar determina el fin de Qué será del verano, aunque quizás siempre estuvo a punto de terminar, como si la película misma estuviera a punto de ser interrumpida tan pronto la fábula se desmorone. En la búsqueda de un modo de filmar ajeno, en registrar escenarios donde otro habita en una suerte de despedida indefinida, el juego y la nostalgia adquieren una sutil preponderancia. Tal vez lo único que se necesite para ser feliz sea un viaje, una cámara usada y unos vídeos ajenos. 

*Parte de la Selección Oficial de Largometrajes del Festival Internacional de Cine de Valdivia 2021

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